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Por estos días escuché el concepto de persona inflamada. Imaginé a una persona pesada, con su piel enrojecida a punto de reventar, caminando despacio, con la mirada fija y los párpados abultados. Más adelante supe que se refería a la persona estresada. Se me ocurrió que era la mejor forma que había escuchado para definir el estrés en alguien, lo que hace y cómo nos sentimos bajo un fuerte estado de presión que no siempre se refleja en nuestro cuerpo si no hasta cuando alcanza niveles que superan nuestra capacidad de soportar. Porque eso es el estrés: la medida que tenemos de aguantar una presión que, valga decir, no es igual para todos; pero una vez alcanzada la medida, las consecuencias parecen ser iguales y podrían resumirse —a riesgo de caer en simplicidades— en un sentimiento de inadecuación que se instala en nuestro cuerpo y mente. Algo en nosotros se desajusta y todo el engranaje se disloca, las piezas comienzan a rosarse y esa fricción hace que dentro todo comience a hervir.