El tema es tremendamente
complejo si tenemos en cuenta que la realización individual está vinculada al
otro en el reconocimiento que hace de “mí” —como lo que me permite establecer
mi identidad— y en la medida en que fomenta la idea de pertenecer a algo: el grupo.
Estar con el otro y con los otros es un ejercicio que ha de realizarse durante
toda la vida del individuo, y además de desarrollar algunos talentos necesarios
para lidiar con esa relación, es fundamental sentirse cómodo siendo uno mismo; pero
¿cómo puede lograrse una relación sana si la base en la que se sustenta es la
incomodidad?
Lo que recibimos
de los adultos siendo niños es muy difícil de controlar, y tal vez por eso nos
vemos con imágenes personales dislocadas al ser adultos. No somos responsables
de lo que recibimos, así como ellos tampoco lo fueron de lo que dieron, pero en
algún punto la cadena de malos referentes debe romperse. Se me ocurre que ese eslabón roto debemos ser nosotros si aceptamos
que hay algo mal, que nuestra excesiva timidez y autonegación debe detenerse. Normalizar[1] las incomodidades individuales
y ajenas no es la forma como vamos a sobreponernos, solo las dilataremos hasta que
terminen por incapacitarnos del todo.
[1] Ocurre que acarreamos largos
malestares solo porque los hemos definido como rasgos de nuestra personalidad,
pero ¿y si no lo son?
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