En ocasiones todos los daños ocurren al mismo tiempo, se desprenden como una cascada de sucesos y te llevan con ellos. Pueden ser daños sencillos como el de una tubería cuyo roto está inundando el apartamento de tu vecino, y en el proceso de corregirla vez el tuyo lleno de huecos, polvo, escombros y con gente extraña caminando por los pasillos rompiendo lo que haya que romper. Todo el entorno se ha transformado, no importa cuánto dure, el escenario al que estás habituado es ahora un caos y por más que quieras conservar la calma que te da la rutina, no es posible porque ha sido alterada. En ese esfuerzo por mantener la línea que traías comienzas a sentirte desgastado, asqueado; lo que se evidencia en un cansancio físico inusual, tal vez en insomnio, en cierto desequilibrio que te lleva a la ansiedad.

Es interesante observar cómo cada elemento que te rodea termina siendo “uno y lo mismo”; es decir, estamos involucrados con nuestras cosas por más sencillas e insignificantes que parezcan, además de transitorias. Cada objeto al que te has vinculado representa algo que es tuyo muy en tu interior —tanto que ni lo percibes—; estás conectado a él, y la armonía o no en esos elementos que nos parecen materiales e insustanciales está implicada con la nuestra, la interior.

Suena extraño decir que un daño en tu apartamento es la extrapolación de un daño en ti, algo que tienes que resolver y que tal vez tiene una carga tan fuerte que solo viéndolo a fuera puedes resolverlo donde debe ser. Hay quienes dirán: una tubería vieja y oxidada es solo eso, no es más; pero podríamos también decir: no, es mi tubería vieja y oxidada que requiere cambio, renovación para que el agua no se desborde y circule con fluidez. Tal vez se trate de viejas ideas, de temores que obstaculizan la libre circulación, de presiones que admitimos y nos desbordan.

Se me ocurre que entender la dinámica de los elementos con los que convivimos nos permitiría una mayor comprensión de nosotros mismos, de lo que nos ocurre, y de paso eliminaríamos la adquisición y acumulación[1] compulsiva en la que caemos; porque al darle “sentido” —entendido como razón, finalidad— no necesitaríamos de tantos y tan absurdos objetos que solo llenan espacios.



[1] Se me ocurre que la tierra tiene demasiada basura porque nos llenamos de objetos que no guardan ningún sentido con nuestra existencia.

 

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