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Mostrando entradas de noviembre, 2023
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  ¿Vergüenza? Me he encontrado con algunas confesiones que francamente me parecen innecesarias. Cuando apenas comienzo a conocer a alguien saca a relucir ciertos aspectos que ni siquiera me interesan, pero que al otro le parece urgente que los sepa. Datos de su historia que solo a él o a ella le pesan y que tal vez necesita estar confesando, y no precisamente para descargar el peso que lleva; porque si así fuera no lo diría tantas veces: para deshacernos de nuestros pesos solo se requiere —si es que en verdad sirve de algo— decirlo una sola vez. Estas repeticiones no son confesiones realmente, parecen más bien alarmas con las que nos dicen: ¡Ojo! que no soy tan digno como me ves. Apelan a nuestros prejuicios y esperan que con esa mancha oscura, que solo ellos ven y cargan, sean aceptados; porque les parece imposible que a alguien no le interese la historia que trae, sino lo que es hoy. No se ven sin historia, por lo tanto, son solo historia: un cúmulo de acontecimientos que le su
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  ¡Qué susto! Durante este fin de semana vi unos documentales sobre dos sectas muy actuales, cuyo fondo promovía un desarrollo y encuentro espiritual del más alto nivel. En ambas se les prometía a los seguidores una comunicación directa y especial con seres poderosos y extracorpóreos que no solo cuidaban de ellos, sino que, y en un momento de mayor trascendencia, podrían encarnarlos. Lo que me asustaba mientras lo veía no era la promesa, ni mucho menos el fundamento de sus creencias, ni siquiera la forma como operaban los líderes, sino la disposición de los seguidores de entregarles el poder de decidir lo que era bueno o no, y el vacío de criterio personal para evaluar la idoneidad de quienes tenían en sus manos el poder de dirigir sus vidas. Para los seguidores era clara, así lo vi, la necesidad de que alguien los guiara y sostuviera en sus búsquedas, que desde afuera les resolvieran lo que no estaban dispuestos o entrenados para resolver por sus propios medios. En un vacío de e
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  Resignación… Hay palabras que no me gustan, entre ellas “resignación”, así como hay algunos oficios que, aunque los tengo que hacer, tampoco me gustan y es ahí donde palabra y oficio se unen para hacerme miserable. Tengo la idea de que las generaciones nuevas no conocen esta palabra, se ha borrado de nuestro léxico habitual y tal vez lo hemos hecho decididamente; porque en función de ella históricamente las mujeres, en especial, sufrimos y aceptamos voluntariamente, con una enorme dosis de paciencia, cantidades inimaginables de abusos. Aceptar lo que tenemos qué hacer, en esas tareas que no nos gustan pero que nadie más las puede hacer —a no ser que paguemos por ellas— y de las que depende cierto confort y equilibrio en nuestra cotidianidad, exige otro nivel de atención que no tiene por qué ser resignación. La resignación me lleva a padecer y al final, como dije al principio, a volverme miserable: un ser aburrido, sin ánimo, algunas veces huraño, cuando no en permanente tristez
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  Un mandamiento: “No repetirás ciegamente, buscarás con afán en ti lo que salga de tu naturaleza, aquello con lo que te correspondes y que te hace sentir bien. Intentarás por todos los medios leer lo que es bueno para ti, explorarás tu gozo y te convertirás en motivo de gozo y encuentro para los demás.” Se dice que un mandamiento es una orden dada por alguien con autoridad para hacerlo, o según la Rae: precepto u orden de un superior a un inferior . En cualquiera de las dos queda claro que es dada por alguien con “autoridad”. Recibimos enormes cantidades de órdenes de las que ni siquiera identificamos el origen de la autoridad, y lo peor es que tampoco nos percatamos de que las estamos cumpliendo. No encuentro nada malo en seguir órdenes, porque ciertos órdenes nos ordenan de alguna forma el caos que somos o podemos llegar a ser, lo que me cuestiona es la autoridad. Hay quienes seguimos órdenes de fuentes que solo alcanzamos con la mirada, con la idea y no con la reflexión. Nos