¡Qué susto!
Durante este fin
de semana vi unos documentales sobre dos sectas muy actuales, cuyo fondo promovía
un desarrollo y encuentro espiritual del más alto nivel. En ambas se les
prometía a los seguidores una comunicación directa y especial con seres
poderosos y extracorpóreos que no solo cuidaban de ellos, sino que, y en un momento
de mayor trascendencia, podrían encarnarlos.
Lo que me asustaba
mientras lo veía no era la promesa, ni mucho menos el fundamento de sus
creencias, ni siquiera la forma como operaban los líderes, sino la disposición
de los seguidores de entregarles el poder de decidir lo
que era bueno o no, y el vacío de criterio personal para evaluar la idoneidad
de quienes tenían en sus manos el poder de dirigir sus vidas.
Para los
seguidores era clara, así lo vi, la necesidad de que alguien los guiara y
sostuviera en sus búsquedas, que desde afuera les resolvieran lo que no estaban
dispuestos o entrenados
para
resolver por sus propios medios. En un vacío de este tamaño cualquier “cosa”
entra, y los medios que usan, para someter más y más la voluntad del seguidor,
no son evaluados objetivamente por quienes los asumen, sino entendidos como el
camino que deben seguir.
Se me ocurre que en
un escenario vacío cabe todo, y el otro, que puede ser un referente para mí, no
propone, sino que impone; y eso es lo que quiere el seguidor: que le digan qué
hacer. Y lo peor del asunto es que ese líder autoritario que se elige nunca se
encuentra en un nivel de igualdad, sino que tiene unas habilidades que yo deseo,
pero que solo le son concedidas a él e imposibles de evaluar por mí[1]. Es una relación tan
desigual que nunca habrá diálogo sino obediencia.
Soy una defensora
de la importancia de aprender del otro —de tener referentes—, de la idea de que
para crecer necesitamos de ese contacto con la vida que también son los demás y
sus experiencias; pero siempre en una relación de cercanía, en la que los
saberes se comparten y cuyas escalas de crecimiento son posibles para todos.
Al final se me
ocurre que quien obedece no ha encontrado el valor de su libertad, tal vez por
eso la canjea por cualquier promesa.
[1] ¿Cómo medir un mensaje llegado de los
ángeles en medio del sueño, o una vibración de color rosa o…?
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