Un mandamiento:

“No repetirás ciegamente, buscarás con afán en ti lo que salga de tu naturaleza, aquello con lo que te correspondes y que te hace sentir bien. Intentarás por todos los medios leer lo que es bueno para ti, explorarás tu gozo y te convertirás en motivo de gozo y encuentro para los demás.”

Se dice que un mandamiento es una orden dada por alguien con autoridad para hacerlo, o según la Rae: precepto u orden de un superior a un inferior. En cualquiera de las dos queda claro que es dada por alguien con “autoridad”. Recibimos enormes cantidades de órdenes de las que ni siquiera identificamos el origen de la autoridad, y lo peor es que tampoco nos percatamos de que las estamos cumpliendo.

No encuentro nada malo en seguir órdenes, porque ciertos órdenes nos ordenan de alguna forma el caos que somos o podemos llegar a ser, lo que me cuestiona es la autoridad. Hay quienes seguimos órdenes de fuentes que solo alcanzamos con la mirada, con la idea y no con la reflexión. Nos guía el sentimiento y no la reflexión y cuando esto ocurre entramos en la definición de la Rae: inferiores que siguen las órdenes de superiores. Y si bien esto funciona en algunos sistemas, de hecho, son necesarias; no resulta muy apropiadas cuando del ser, de nuestra intimidad se trata.

Imitar al otro es una forma de aprender, pero quedarnos en la imitación restringe la capacidad de crear. Se me ocurre que debe haber un límite en la asimilación de esos mandamientos que nos llegan desde afuera y que debemos reflexionar no solo en ellos sino de quienes nos llegan. El tema es del todo sencillo y empieza por cosas tan simples como los gustos: el vestido, el peinado, algún deporte, las aficiones, etc.; pero puede terminar siendo complejo cuando nos atrevemos a examinar la forma como pensamos y estamos en la vida.

Tal vez valga la pena decretar: “No repetirás ciegamente…”

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