![Imagen](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiaYmp551LNJRPIVvu400Cnhm2-FJ6AfynizSDML2gs0CKovckKJokBZkyGXDaZFBOzePTYbFwTsP2wzNQRQPqGIkeIx-EBSyQrSskFgNbnJH0DA8xM9GsbUPfXHTH-d2oU9KvT0I2HxY3FzVYETiXDKy537wgbhpKn0iaD1xpUyRCE-G_swlU9Kj5q2hU/w640-h444/Enojo.png)
¡Incómodo!, francamente incómodo He acumulado una larga lista de situaciones que me incomodan y que logran irritarme, lo que es lo mismo, hacerme pasar un mal rato. Por fortuna muchas de ellas las he convertido en posibilidades; es decir, que aunque se puedan presentar me he blindado de alguna manera para no permitirles dañarme y, en mi daño, dañar a otros. Y no es que tenga un espíritu manso de esos que permiten que todo les suceda sin protesta; si fuera así no me daría cuenta de la incomodidad que me producen ciertas situaciones —ruidos fuertes, zapatos apretados, largas esperas, fatiga por hambre, etc.—, sino que me he dado cuenta de que el estado de irritación me ha dañado más que la misma incomodidad. Sobre todo en situaciones transitorias, como cuando quiero hacer una siesta y al voceador de “las mejores frutas y verduras que hay en la ciudad”, con su parlante a un volumen extravagante, le da por detenerse bajo la ventana de la habitación. Y como esa hay otras, creo que par