—Tal vez no te pase, pero me está pasando a mí y por eso te lo cuento, lo
que menos quiero es que me estregues en la cara lo bien que te sientes justo cuando
me siento mal.
Eso es lo que nos deberían responder cuando alguien acude a nosotros a
contarnos su malestar, y de golpe, por nuestra incapacidad de entrar en
contacto con su padecimiento, le decimos con toda sinceridad —en palabras resumidas—
que no le entendemos porque eso a nosotros no nos pasa o ha pasado.
Pero ¿es que para entender la situación del otro tenemos que haberla
vivido o tendríamos que imaginarnos en ella? El miedo a vivir lo que es una realidad
para el otro parece que es lo único que nos llevaría a ser comprensibles. Sin
embargo, como no todas las veces tenemos ese miedo, o consideramos que eso a
nosotros no nos va a pasar, cometemos el error garrafal de exhibir lo bueno que
somos o vivimos.
Al parecer nos da dificultad entrar en la situación del otro sin ser
nosotros; es decir, abandonarnos para poder ser receptores transparentes en el
que pueda estar tranquilo sin sentirse juzgado, porque, aunque se crea o no,
decirle: “eso a mí no me pasa”, es una forma de juzgar que solo aumenta la
sensación de malestar.
Hay personas a las que les cuesta hablar de lo que les ocurre, y es
realmente infortunado cuando se atreven a hacerlo y dan con respuestas de esa dimensión;
más valdría el silencio, aunque cuando es hermético da la impresión de que “poco
me importa lo que me estás contando”.
He escuchado a algunas personas decir que han abandonado el impulso de
redentores que llevamos dentro, y por eso se niegan a estar cerca de quienes padecen
algún malestar; parece que esto los pone a salvo de cualquier contagio. Son del
tipo que no dicen, demuestran, y aunque están en todo su derecho, echan la
misma tierra para sumarle al lodo en el que se encuentra el otro.
[1] Con cara de asombro y todo.
Increíble los níveles de indolencia; incluso de los dormidos y también de tanto adormecido. Hay otros que padecen de otras limitaciinesademás
ResponderEliminar