“Bájese de ese bus”

Quiere decir que ese bus no lo va a llevar a donde quiere ir.

Una expresión popular, sí, y mucho; pero no por esto carente de sentido, sobre todo cuando en la búsqueda del desarrollo de algún proyecto personal —de la dimensión que sea— vamos por la ruta equivocada o descubrimos que hemos entregado a otro la posibilidad de que se realice.

También aplica para cuando nos damos cuenta de que debemos, por las circunstancias, revaluar eso que deseamos hacer o que hemos hecho durante mucho tiempo para determinar qué tanto nos aporta o no el dejar de hacerlo y, en términos de esfuerzo, cuanto nos cuesta seguir.

En cualquiera de los dos casos, al bajarnos del bus hay que buscar otra ruta, si la hay, o plantearnos una propia; pero ocurre, y con más frecuencia de lo que creemos, que en el vacío de rutas preferimos abandonar la carretera y desechamos cualquier oportunidad que tendríamos de continuar plena y activamente durante el viaje.

La ruta equivocada, o la meta sin ruta, representan un reto para el que viaja si tiene claro a dónde quiere llegar; pero sobre todo si conserva la ilusión y el deseo de llegar. Lo que está en juego cuando se abandona la carretera no es solo que no lleguemos a donde nos planteamos ir, sino que nos privemos del gusto del viaje, de los retos que nos impone y del asombro de los nuevos paisajes que al final nutren —si lo permitimos— la experiencia del encuentro con el otro y, con lo otro, que es invaluable en la afirmación de sentirnos vivos.

Se me ocurre que en ocasiones es muy sano bajarnos del bus cuando nuestras rutas están equivocadas; también cuando requerimos un respiro en esas carreras alocadas que seguimos sin evaluar cuánto nos aportan. En cuanto a abandonar la carretera —que también es una opción— creo que es un tema que exige una tremenda reflexión; porque sacarnos voluntariamente, o dejarnos sacar, de alguna forma nos deja sin aliento, con una existencia apagada y triste.

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