La eterna herida
—No es sencillo, no, no lo es; pero no significa que sea imposible.
Eso es lo que escuchamos cuando se nos invita a superar algún daño con el
que hemos cargado durante la vida.
¡Qué cansancio!, al parecer siempre andamos superando taras, errores
cometidos, sin querer, por otros que han sido igualmente dañados; pero que en
su ejercicio de vida “han hecho lo mejor que han podido”.
Bueno, ocurre que unos tenemos más taras emocionales que otros y tal vez
por esa misma razón recibimos más reclamos y por ende reclamamos más. Somos
unos ruidosos reclamando, en diferentes formas —con la palabra, la actitud, los
gestos o…—, que se ha cometido un error en nosotros. El tema es que ese
nosotros es enorme, porque no habla de unos sino de todos; es decir, de la
humanidad en general, que no es un producto terminado por más que su historia
sea larga, sino por terminar: vivimos para descubrirnos y formarnos, y es en
ese proceso donde manifestamos el error, la eterna herida, y debemos aprender a
decodificarlo para poder superarlo.
Pero la tarea no es sencilla y muchas veces está mal enfocada porque concentramos
nuestra atención en la persona y no en el error. Un ejemplo son los padres, no
hay uno que se salve de los reclamos por haber amado mal: que incluye carencia
o exceso; y si se les pregunta la historia llega hasta generaciones difíciles de
determinar de personas mal amadas.
Se me ocurre que somos unos heridos históricos porque además de no nacer completos
ni terminados, sino de ir descubriéndonos en los aciertos y errores, no sabemos
distanciar el error de quien lo comete. Así, el error que es al que deberíamos
mirar, sigue tranquilo haciendo de las suyas mientras nosotros nos culpamos
unos a otros —y a sí mismos— creyendo que con esto el error desaparecerá. Creo
que si alejamos el error[1],
de quien lo encarna, quizá sea más fácil comprender su mecanismo y detener su
ciclo de repetición por lo menos en nosotros, tal vez así dejemos de ser los
ruidosos que siempre están reclamando.
[1] No somos el error, le damos vida y
potencia cuando afirmamos que somos de tal cual manera: violentos, envidiosos,
posesivos, controladores, etc.
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