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Mostrando entradas de abril, 2024
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  El desprecio por lo sencillo Solo hay que respirar, eso es todo, lo que significa vivir. La vida es inhalación y exhalación, cuando deja de serlo este ritmo desaparece, todo es quietud. Así que podría entenderse también que la vida es movimiento: el corazón late, la circulación recorre el cuerpo… Y todo este movimiento ocurre sin el control de nosotros, no obstante, sin esa actividad no seríamos. No es “carreta”, no es “discurso” eso de que pasamos la vida inadvertidos de lo que somos, de lo único que somos; y, para recordarlo o ¿descubrirlo?, creamos terapias, disciplinas que contienen ejercicios, actividades y propósitos. En algún momento nos distrajimos o distrajeron contándonos cuentos que nos situaron lejos de la vida que somos, para adentrarnos en las tareas fatigantes de los súper humanos [1] que tienen que demostrar su “valor” en una vida que nos es común a todos, que late de igual forma para todos. No nos bastó con la categoría que nos definía como seres vivos, parecía
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  Derrota o sana entrega Es muy común escuchar entre nosotros expresiones: “no era para mí”, o “no me convenía”, o “tal vez llegará algo mejor”, cuando nos enfrentamos ante la negativa para el desarrollo fluido de alguna idea o proyecto que nos hayamos planteado. Al parecer, estas afirmaciones nos consuelan y deberían permitirnos continuar con nuestra vida; es decir, plantearnos nuevos proyectos, ilusionarnos con nuevas ideas. Hay quienes dicen que esas afirmaciones tal vez no están formuladas para producir consuelo, sino para alimentar la derrota: una actitud más o menos conformista para quien no se atreve a luchar por lo que realmente le inspira. Son algo así como el lenguaje del cobarde quien, a pesar de poner todo su esfuerzo, tenacidad y dedicación en la gestación de su proyecto, se entrega a un orden superior que no quiere o no quiso que se diera. La historia está llena de hombres quienes, pese a innumerables obstáculos, persistieron y demostraron que tenían razón y sacaron
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¡Qué estás diciendo! Podría pensar que se trata de un trastorno, de la denominada logorrea o taquilalia —comúnmente nombrada como verborrea—, esa producción excesiva de palabras carentes de coherencia y claridad. Me gustaría creer, para poder entender, que se trata de esto cuando me tropiezo con ciertos personajes incapaces de un discurso serio y conectado con el otro, que producen palabras y palabras con una carga de burla, de ridiculización, que invariablemente consideran simpática, para generar un efecto de “agrado” en los demás. La mala idea de estos personajes es medir cuánto puede tolerar el otro; es decir, cuánto puede aguantar que se burlen de algo que dijo o hizo o pensó —porque el alcance del burlador es infinito—. El escenario donde mejor luce su talento son las reuniones sociales, esas en las que la disposición al goce es importante y que el burlador usa para exhibir su talento. En su incapacidad para disfrutar de otra manera, busca a un cómplice que aplauda sus ingen
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  La libertad como algo que se aprende, que se gana Esto no lo digo yo, lo dijo Spinoza [1] y constituyó, además, la línea filosófica que trabajó Krishnamurti [2] durante toda su vida. Al parecer, nacemos sujetos a un sistema de ideas que determinan no solo nuestro actuar, sino nuestra forma de pensar. Heredamos modelos y estamos presos de ellos mientras no los cuestionemos y reflexionemos sobre su función en nuestra vida. Así, la libertad primera consiste en liberarnos de nosotros mismos, de la idea que hemos construido sobre lo que somos para descubrir realmente al ser que nos habita; solo así permitiremos una expresión creativa del vivir. Aferrarnos a la idea de lo que soy, por lo que he sido o por lo que deseo ser, constituye la mayor forma de esclavitud, porque nos limita y no permite la exploración, nos convierte en multiplicadores irreflexivos de acciones, emociones y sentimientos: el modelo limita las posibilidades para ver y encarar la existencia. Tal vez en esto ra
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  De horas pico y nudos Quien se haya subido al metro durante las horas pico sabe que el asunto es de estar apretado, en el contacto más cercano y estrecho con una cantidad importante de desconocidos, cosa que agrava la situación. Todos respirando el mismo aire caliente y sofocante, tocándose unos a otros: no solo a usted lo tocan, usted también toca; así que usted no está en el nudo, es parte de él. Se viaja con la cabeza alta, con la idea de abandonar la espalda de alguien o el rostro que le respira en el suyo. Al viaje lo hace soportable el movimiento del metro, la confianza de que, aunque sea llevado entre ahogos, al final usted va a poder salir del nudo. Algunos atraviesan en silencio este trance, otros lo hacen entre palabras en alto volumen, cuando no entre risas alentando el que se corran porque van a salir, o refiriéndose con alguna expresión en la que citan al infierno, “en el que todos vamos a caber, ¿por qué no entonces en el vagón del metro?” En la hora pico somos un n