Podría pensar que se trata de un trastorno, de la denominada logorrea o
taquilalia —comúnmente nombrada como verborrea—, esa producción excesiva de
palabras carentes de coherencia y claridad. Me gustaría creer, para poder
entender, que se trata de esto cuando me tropiezo con ciertos personajes incapaces
de un discurso serio y conectado con el otro, que producen palabras y palabras
con una carga de burla, de ridiculización, que invariablemente consideran simpática,
para generar un efecto de “agrado” en los demás.
La mala idea de estos personajes es medir cuánto puede tolerar el otro;
es decir, cuánto puede aguantar que se burlen de algo que dijo o hizo o pensó
—porque el alcance del burlador es infinito—. El escenario donde mejor luce su
talento son las reuniones sociales, esas en las que la disposición al goce es
importante y que el burlador usa para exhibir su talento.
En su incapacidad para disfrutar de otra manera, busca a un cómplice que
aplauda sus ingeniosas burlas para ampliar su repertorio, y, si lo encuentra, no
se detendrá hasta agotar al burlado que al final optará por el silencio o retirarse, porque
si lo enfrenta corre el riesgo de embarcarse en una situación de nunca acabar.
Ya dije que los recursos del burlador son infinitos.
Nadie se escapa de este personaje malintencionado que ha hecho de la
ridiculización del otro su forma de comunicación: cualquiera, óigase,
cualquiera puede convertirse en el centro de su operación.
Se me ocurre que hemos normalizado la burla como una forma de entretención, así como también hemos normalizado una débil resistencia en quienes son sus
víctimas. Se nos ha dicho que tenemos que ser fuertes ante los agravios del
burlador y minimizar sus efectos: Es solo una charla…, pero esto solo
hace que pasen invictos y sigan adelante, mientras el burlado se tiene que
sacar de encima el fastidio que le dejó que dos o tres se unieran al coro de
risas.
También se me ocurre que excusar al burlador, entender que es incapaz de
una relación sana con el otro, no es suficiente; tampoco que nos bañemos —como
dicen— en aceite de foca para que nos resbalen sus burlas, debe haber una resistencia seria ante estas manifestaciones y debe comenzar por no aprobar con risas u omisión
la acción destructiva del burlador[1].
[1] Es sano reírse de uno mismo y no
tomarse tan en serio, pero lo que hace el burlador es invasivo y viola todas
las fronteras del respeto por el otro.
Hay una característica del paisa "mamagallista". Es una burla constante del otro. Sólo basta recordar los humoristas de más renombre en esta tierra. Está bien el buen humor, siempre que sea desde el respeto.
ResponderEliminarLa burla sobre el otro, es la incapacidad propia de quién la esgrime.
ResponderEliminarEl humor es un arte que muchos creen poder y que pocos muy pocos saben utilizar al otro. Me encanta tu ocurrencia de esta semana, sobre la invitación que haces para no patrocinar las burlas dañinas e irreverentes.
ResponderEliminarLa burla; para reirse del otro es una práctica dañina que deteriora a la víctima; antes que ayudarla.
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