El desprecio por lo sencillo
Solo hay que respirar, eso es todo, lo que significa vivir. La vida es
inhalación y exhalación, cuando deja de serlo este ritmo desaparece, todo es
quietud. Así que podría entenderse también que la vida es movimiento: el
corazón late, la circulación recorre el cuerpo… Y todo este movimiento ocurre
sin el control de nosotros, no obstante, sin esa actividad no seríamos.
No es “carreta”, no es “discurso” eso de que pasamos la vida inadvertidos
de lo que somos, de lo único que somos; y, para recordarlo o ¿descubrirlo?, creamos
terapias, disciplinas que contienen ejercicios, actividades y propósitos. En
algún momento nos distrajimos o distrajeron contándonos cuentos que nos situaron
lejos de la vida que somos, para adentrarnos en las tareas fatigantes de los súper
humanos[1]
que tienen que demostrar su “valor” en una vida que nos es común a todos, que
late de igual forma para todos. No nos bastó con la categoría que nos definía
como seres vivos, parecía demasiado sencilla, entonces nos distrajeron
complejizando el significado.
Se me ocurre que lo sencillo es un estado en el que algunos se mueven muy
bien, de alguna forma han entendido que la vida que son no puede ser medida por
lo que se hace con ella, más allá de ser una buena o mala expresión de ella, en
tanto promueve e interfiere positiva o negativamente su desarrollo; el resto es ficción.
Tal vez solo se trate de retornar a lo sencillo, con calma, dando un paso
a la vez para desmontar la tiranía de las ideas en las que hemos olvidado lo
que somos. Tal vez solo se trate de, como dicen, sembrar un árbol, caminar
descalzo, levantar las manos, expandir el pecho y respirar profundo de una
buena vez; así el resto[2]
será el resto, pero tendrá sentido.
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