Algo así como desconectarnos

En ocasiones parece obligatorio entrar en estado de hibernación, hacer una pausa larga, si se puede, para vaciar la papelera de reciclaje de nuestra mente y volverla a llenar con nuevos datos inservibles, y así dejar solo lo que es importante en nuestro espacio mental. Se trata de un ejercicio un tanto difícil, porque la mayoría de las veces, si no todas, no sabemos clasificar lo que nos sirve de lo que no. Andamos acumulando datos, todos en la misma carpeta de “interesante” o “importante”, sustentados en la idea de que “para algo servirán”.

Somos unos descuidados con nosotros cuando permitimos que nuestro tiempo y espacio se llene de información sin clasificar; es decir, cuando escuchamos y vemos todo sin atender al detalle de para qué lo hacemos, qué función cumple o cumplirá en nosotros, en nuestra experiencia de vida.

La medida que hemos usado para establecer ciertos límites entre la información que gravita a nuestro alrededor y nosotros es “el gusto”: lo que nos gusta lo aceptamos e incluso lo buscamos, lo que no nos gusta lo mantenemos alejado. Pero el “gusto” es una medida débil, tramposa y la mayoría de las veces peligrosa, porque se afirma en la costumbre, no como resultado de una evaluación seria. Bueno, no siempre tenemos que ser tan serios, pero, si no estamos atentos, cierta información innecesaria que termina por ser solo acumulativa, se apoltrona en nuestra vida y acaba por embotarnos[1].

Se me ocurre que, para liberar nuestro campo mental del exceso de información, es importante interrogarnos de la manera correcta, y no solo es preguntándonos por la utilidad o no de la información que nos llega; es decir, para qué, sino —y tal vez más importante— por qué permitimos que nuestro espacio privado sea permeado sin fatiga por cuanta información nos quieran dar.

Tal vez solo se trate de ponernos en modo silencio —que también es quietud— para darnos cuenta de qué forma parlotea nuestra mente saturada, que es algo así como una grabación que nunca se detiene, y en este darnos cuenta comenzar a tener una relación sana con nuestros pensamientos depurados de información insustancial, quizá dañina[2].



[1] En el diccionario de la Real Academia Española se define como: enervar, debilitar o hacer menos activo y eficaz.

[2] Hay quienes dicen que no hay que rechazar los pensamientos, ellos son solo alternativas que traza la mente; pero primero hay que darnos cuenta de que estamos pensando: no es de qué, sino de que lo estamos haciendo. Parece que ese es el primer paso para acallar la mente.

Comentarios

  1. Que reto tan grande nos pone nuestra escritora, sobre todo en una época donde los medios de comunicación tiran información ligera y sin decantar.

    ResponderEliminar
  2. Desconectarse es aconsejable. Para rumiar mejor lo que entra.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog