No queremos hacer la fila. Cuando llegamos a algún lugar y está lleno de
gente y calculamos que somos el número 59 de la fila creemos que hay algún
error. No, esa no debe ser nuestra fila. Alguien nos cuida el puesto y vamos a preguntar
tan solo para confirmar que sí, que tenemos que esperar como cualquier otro,
que la única equivocación es la idea de que debería ser fácil porque se trata
de mí.
Hay algunas filas que al terminarlas nos conducen a otras con igual
número, e inclusive más, y cuyo resultado es negativo porque lo que necesitábamos
no estaba allí, o simplemente la espera no se equiparó con el logro: era solo
un sello y conseguirlo llevó cinco minutos.
He hecho filas muy largas y dos o tres preguntas inútiles, así que me he
entrenado bien en eso; pero aún sigo viendo a algunos que se sienten
atropellados por las filas, que pasan de mano en mano pidiendo que les den el
puesto porque “tienen mucho que hacer” o “alguna cita urgente”, de alguna forma
pretenden aligerar el trance.
Hay quienes pagan para que les hagan las filas, pero hay filas que no
podemos evitar, que no podemos saltarnos por más que queramos, y en el tránsito
de la espera experimentamos diversas emociones, entre ellas sentirnos
miserables solo porque tenemos que reconocer que dentro de la masa somos
también la masa. Sentirnos vencidos, pero con la idea de que deberíamos pasar
invictos solo por ser nosotros, produce una sensación chocante y se me ocurre
que mal aprendida: ¿por qué debería ser diferente para nosotros, lo que es
igual para todos?
Considero que; si estoy en fila y la respeto mientras todos esperamos, no tiene porque venir el siguiente a irrespetar mi turno. Asi de si.ple. la cultura es uma cosa desyacable y ña paciencia TOCA ASUMIRLA
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