Quéjese
No sé de dónde nos sacamos la idea de que teníamos que hacerlo todo, que
de alguna forma, y aún sin alientos, debíamos enfrentar cualquier circunstancia,
la nuestra y la de los demás; algo así como soportar sin queja aquello que rebasa
nuestras propias fuerzas. No se nos permite quejarnos, o si se permite, debe
ser poco, casi lo mínimo para que el otro no se incomode, no se canse de nosotros.
Admiramos a aquel que, pese a las circunstancias, se muestra fuerte, y nos sentimos
avergonzados ante lo que llamamos nuestra debilidad. Se nos enquistó la idea de
estar siempre de pie, y ante aquel que cae —aunque también queramos caernos de
vez en cuando— somos críticos, y si nos mostramos compasivos esperamos que no
sea por mucho tiempo.
La idea de que no son las circunstancias, es usted frente a ellas, nos ha
arrinconado la libertad de decidir sobre lo que nos ocurre. Es cierto que
muchas de las ocurrencias se salen de nuestro control, pero la gran mayoría son
construcciones mentales que nos esclavizan de una forma natural, como si hubiéramos
sido marcados de por vida.
No se puede confundir una actitud estoica con una actitud conformista.
Saber qué se escapa de nuestro control, y qué no, es el principio para acercarnos
a aquello que nos hace libres, y es justamente aquí donde, a mi juicio, entra
positivamente la queja. Si no reconocemos la incomodidad, o si pese a sentirnos
incómodos y superados por las circunstancias que están bajo nuestro dominio,
continuamos “soportando”, siempre seremos unos conformistas.
Se me ocurre que no quejarse es una buena forma de esconder, para
nosotros y para los demás, que algo anda mal. Por lo general nos fijamos en
quien se queja y no en las razones de la queja. Nos molestan los quejumbrosos porque
ponen en evidencia una mala circunstancia, de la que quizá no nos hemos dado
cuenta. Y darnos cuenta nos desacomoda, y en ocasiones preferimos la comodidad
así estemos mal acomodados. Lo cierto es que los grandes —y también los
pequeños— cambios de la humanidad han surgido de la queja, de la necesidad de
cambio[1].
[1] Se me ocurre que uno de los papeles que
asumen tareas más arbitrarias sin queja es el de las madres, sobre todo
aquellas que son nombradas de manera despectiva como “amas de casa”.
Pienso que la palabra queja ha sido mal entendida y por eso nos suena fastidiosa. La expresión de incomodidad con algo o con alguien es totalmente válida siempre y cuando la logremos hacer de manera constructiva, buscando diálogo que lleve (o nó) a acuerdos, o por lo menos a entender el porqué del malestar. El conformismo nunca termina bien, en cambio la aceptación de la incomodidad desde su más profunda comprensión lleva al aprendizaje.
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