“Oscuridad en la
casa y luz en la calle”, un decir que se usó por algún tiempo en mi familia
para definir aquellos de quienes se hablaba muy bien en la calle —entre vecinos y
amigos—, pero en la casa eran un motivo de discusiones y peleas. Había quienes
decían que debía ser al contrario: toda luz en la casa y dejar la oscuridad para
la calle, como si la familia, por ser familia, obligara a un comportamiento
luminoso aunque promoviera por su propia dinámica el caos.
Un caos que surge
justamente de la enorme diferencia que la conforma: esa unión de individuos que
cohabitan en un espacio y que, agrupados bajo el signo de familia, acogen
ciertas líneas que permiten la convivencia, pero que no los exime de ser al fin
de cuentas individuos dueños y señores de sí mismos. Una individualidad que la
familia pretende pasar por alto considerando que sus líneas de convivencia
tienen el alcance de las ideas y los ideales personales, en busca de una homogeneidad imposible y en muchas ocasiones castrante. Afirmaciones
como: “nosotros no somos así” o “así es como lo hacemos” intentan tener bajo
control los comportamientos y deseos de los individuos, hasta el punto de que
cualquiera que pretenda imponerse con su propio yo deba someterse al
escrutinio del grupo y en el peor de los casos a la exclusión.
Ser luz en la casa
o en la calle para no ser excluido, y no por el honesto deseo de serlo, es la
trampa en la que caemos. Sabemos de la importancia de hacer parte de un algo
social con todas sus representaciones: familia, trabajo, estudio, amigos,
pareja, etc.; pero formar un yo social luminoso condicionado por la aceptación
y no por la claridad de que siendo así
soy mejor conmigo y con los demás, hace que tarde o temprano salga la
oscuridad que nos habita y que reprimimos en función de la aprobación. Se me
ocurre que si no se les da el lugar justo a esos temas de familia y calle, de
luz y oscuridad, terminamos por fragmentarnos según las demandas para
ajustarnos a los requisitos y sin saber exactamente por qué[1].
[1] La ausencia de preguntas permite el
sometimiento. Una familia donde no se pueda preguntar no es más que un corral
de lobos vestidos de ovejas.
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