Modular la visión para modular el lenguaje
Hace muchos años alguien me dijo que uno veía lo que quería ver. Eso lo
he escuchado tantas veces y en tantísimos escenarios que la afirmación —que
además me parece cierta—, corre el peligro de convertirse en un cliché.
Desgastada la expresión, el sentido se diluye o termina por acomodarse según
las necesidades de quien la dice; y eso es mucho más peligroso.
Comprobar la veracidad de la afirmación es de lo más sencillo, basta con
reunir a dos o tres personas alrededor de un tema para verificar de qué forma
ven esos tres el mismo asunto. Pero la cosa no termina ahí, porque para ver el asunto
de una manera determinada tiene que existir también una forma de estar en la
vida que atraviesa todo lo que nos ocurre, y con ese estar es con el que medimos
y formulamos nuestras hipótesis y encaramos nuestras realidades.
Por ejemplo, ¿hay algo que desaliente más que escuchar la expresión: “este
mundo es horrible”, con la consiguiente argumentación infinita de eventos terribles
que hacen del vivir un tema imposible? Si no estamos atentos a la afirmación de
que uno ve lo que quiere ver, podemos caer sin resistencia en el mismo pozo de
quien lanza la afirmación y como por magia empezaremos a ver horribles por todas
partes. Ahora, también existe el opuesto —como en todo— que siendo súper
positivos, digamos lo contrario y el mundo —como las relaciones que establecemos
con los otros y con lo otro— se nos presenta como maravilloso, exponiéndonos
al dominio de la ingenuidad que nos hace vulnerables ante la malicia.
Se me ocurre que ver solo lo uno o lo otro no niega la existencia de ambos
y mucho menos hace del mundo un lugar de absolutos. El mundo es un espacio
donde todo puede ocurrir y ubicarnos en ese medio sano en el que podemos decir,
por que es lo que vemos, “no, el mundo no es horrible, hay actos horribles,
como también actos de profunda bondad y armonía”; nos lleva modular no solo
nuestra percepción, sino lo que decimos[1].
[1] Hay quienes comienzan por el lenguaje
para cambiar la percepción y, aunque es una opción, si no somos veraces en lo
que sentimos y percibimos, lo que digamos va a sonar débil y tarde
o temprano tendremos que recurrir a la observación atenta.
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