No disociarás, decía el letrero
Representamos por elección o por imposición inconsciente diferentes roles;
pero no me refiero a aquellos que se relacionan con un oficio, sino con nuestra
forma de encarar la vida con los demás. Asumimos como una marca[1]
ciertas actitudes que nos hacen reconocernos y que los otros nos reconozcan,
para bien o para mal, en ese mundo delicado pero necesario de las relaciones
sociales: con los mecanismos que hacen posible la creación de escenarios donde
la vida se sostiene.
Cada quien tiene su propia carga de actitudes para el encuentro con los
demás y no siempre nos gustan; pero el gusto no es una medida lo suficientemente
válida para crear empatía o antipatía por el otro. El gusto esta sesgado por
nuestra historia y por las ideas preconcebidas que no nos permiten ver al otro
tal cual es. Cuando es el gusto el que mide nuestra forma de acercarnos a los
demás, limitamos el radio de acción en el que nos movemos y de paso empobrecemos
nuestra experiencia. Es como estar siempre con nosotros mismos, porque solo
admitimos a aquellos que hacen eco de lo que queremos ver y escuchar. Y sacamos
de nuestro radar a quienes se oponen a esa idea; pero no siempre lo hacemos de
manera inofensiva: he visto las más variadas estrategias para demostrarle al
otro que no nos gusta, van desde una mirada de desprecio, una interrupción abrupta
en sus intervenciones, ignorar cuando nos habla, hasta organizar cruzadas irracionales
para desacreditarlo frente a los demás.
¡Qué es eso!
Se me ocurre que en el complejo mundo
de las relaciones es preciso abandonar la idea de cómo queremos que el otro
sea: el otro es lo que es. Y no tenemos que quererlo, porque no lo tenemos que
querer, pero sí respetar en su diferencia; y si no lo asociamos a
nosotros, por lo menos no convertirnos en los disociadores, en los
cruzados de la desacreditación[2].
[1] Vivir no es asumir marcas, por el
contrario, es eliminarlas. En eso se sustenta la experiencia, el crecimiento y
el desarrollo personal; el resto es quedarnos en la adolescencia de nuestras
emociones.
[2] La lista de razones desde el gusto para rechazar al otro puede
ser infinita, he escuchado algunas extraordinarias: porque habla fuerte o muy bajito, muy
rápido o muy lento; porque exhibe su erudición o se muestra ignorante, porque se
ríe poco o mucho; porque se pinta el cabello o las uñas… porque…
Comentarios
Publicar un comentario