No vienen acumulados
Un día a la vez, una hora a la vez, un minuto a la vez, y si está muy difícil,
un segundo a la vez…
¿Para qué cargarnos con la vida entera cuando solo va ocurriendo en un
tiempo a la vez?
Pensamos la vida, porque así se nos ha enseñado, en una acumulación de
tiempo. Pero ¿es eso la vida, ¿una acumulación? Creo que es todo lo contrario:
un sucederse por instantes, por momentos que se agotan y en ese agotarse dar
espacio a más. Así, como diría mi madre: “la vida está hecha de momentos”, y
esto lo decía para cuando todo iba bien; pero también para cuando todo iba mal.
Un bien y un mal relativos: bien para cuando uno se siente cómodo, confiado,
seguro, casi casi feliz, y mal para cuando las sensaciones son contrarias.
Y es justo en esas sensaciones contrarias, que nos dan la idea de estar
mal, cuando es interesante aplicar eso de un día a la vez, porque los momentos
se alargan, se extienden, pero no en la realidad sino en el deseo de que pasen
pronto, de que desaparezcan, de que dejen de ocurrir. La tensión entre lo que
deseamos y lo que verdaderamente está ocurriendo eterniza el tiempo, y sentimos
como insoportable esa extensión hasta quebrarnos. Nos rompemos en esa idea de
que lo que nos está pasando es insoportable, pero ¿sí lo es?[1]
Es bien sabido —no estoy haciendo ninguna revelación— que cuando
enfrentamos un mal momento olvidamos que ya hemos enfrentado otros tal vez
peores y hemos salido adelante; creemos que, por eso de la acumulación de
miedos, no vamos a ser capaces con este. Y en verdad no lo vamos a lograr si no
lo atendemos como debe ser: estando presentes; es decir, sin huir, sin escapar.
Se me ocurre que en este tema del vivir solo se trata de capturar los
momentos, de estar en ellos y dejar que ocurran, porque con o sin nuestra intensión
ya están ocurriendo[2]; entonces no queda más que
verlos y resolvernos en cada instante, así, despacio, un día a la vez, una hora
a la vez, un minuto…[3]
[1] Hay momentos realmente terribles por el dolor que
pueden causarnos. En esta ocurrencia hablo de aquellos que, pese a ser difíciles,
no tienen la dimensión de lo terrible, de esos que se originan desde la
violencia real y manifiesta.
[2] Hay momentos que se salen de nuestro
control.
[3]
Por estos días
una gran amiga dijo que sin darse cuenta había pasado por un momento de su vida
que temía. Estaba ocurriendo y ella lo estaba enfrentando, mientras se
proyectaba para cuando llegara. En su proyección seguía siendo preocupante, tal
vez se veía incapaz de “enfrentarlo”; pero en la realidad, en ese ir de
instante en instante, lo hizo bastante bien y con una valentía que le faltaba
en su imaginación.
De acuerdo. La fortaleza aparece cuando la necesitamos, sorprendiéndonos gratamente porque nunca imaginamos que seríamos capaces de afrontar esas situaciones difíciles y dolorosas. Y lo mejor: no salimos iguales de ellas. Salimos mucho mejores. Más sabios, más seguros, más empáticos, más serenos. El universo no se equivoca. Vivimos lo que necesitamos.
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