Bueno, la verdad es que no parece que tuviera mucha dificultad comprender su significado, tal vez el esfuerzo inicial recaiga en definir eso que nos hace feliz o nos produce placer; en establecer, en ese espacio limitado que soy yo, dónde ocurre el encuentro entre lo que hago y mis medidas de placer y felicidad. Porque eso hay que definirlo bien cerquita, con la mirada puesta en uno mismo; pero por lo general lo hacemos mirando allá, en los otros, en lo que hacen y en lo que imaginamos que son: a veces todos viven mejor que uno.
El tema, que parece
complejo, debería ser realmente elemental si miráramos con más cuidado y no corriéramos
a cumplir mandatos; porque la expresión tiene su trampa ya que en su ejecución corremos
el riesgo de convertirnos en unos aburridos: ¿cuántos de los tantos haceres de cada
día, en nuestras sobredimensionadas medidas, nos producen felicidad y placer?
Veamos, hay una
máxima cuando de leer un libro se trata: “Si no te gusta, bótalo; la lectura debe
ser un encuentro placentero”. Si esto fuera así, ¿de cuántos buenos libros me
hubiera privado, solo porque ese primer encuentro no fue placentero de entrada y
tuve que invertir cierto esfuerzo para conectar con lo que me comunicaba? Con algunos
autores tuve que reconocer: “No eres tú, soy yo[1]”; pero al contrario de
terminar la relación me esforcé por ponerme a la altura, y esa altura me llevó
a otras alturas.
Se me ocurre que
en la búsqueda de felicidad y placer hay mucho de monotonía y poco de aventura,
porque las sensaciones se alimentan de recuerdos y normalmente vamos en busca
de ese momento que, alojado en nuestra memoria, nos hizo feliz; así las experiencias
nuevas —solo en apariencia— van tras lo conocido y no se arriesgan con la
novedad.
[1]
En algunas ocasiones sí es él,
y no soy yo; en otras, ni es él ni soy yo; solo estamos en diferentes niveles
de vibración.
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