Hacemos muchas
cosas que nos identifican con lo que somos, tal vez por eso suena tan
destemplado cuando alguien pregunta: Y tú ¿a qué te dedicas? Nunca he podido
responder a esta pregunta con más que: ¡A tantas cosas¡, y es porque pienso que
todas son importantes. Esa respuesta no gusta mucho, porque esperan que nombres
la más relevante, con la que te identifiquen más; es decir por la que te
reconocen los otros.
Pero ¿quién en
medio de tantos haceres nos define en una actividad determinada?
Por estos días,
durante una entrevista, me preguntaron quién me había dicho que yo era
escritora, algo así como quién me había definido como tal. Dudé tanto para
responder que la entrevistadora tuvo que ayudarme y al fin le respondí —aunque no
fui totalmente honesta— que habían sido mis maestros. Pero lo que quería
decirle era que había sido yo: ¡yo misma me lo había dicho hacía muchos años! Esa
era la respuesta correcta para mí, pero con seguridad no lo era para ella ni
para otros que piensan —y no estoy reprochando— que si la aprobación no viene
de afuera, la afirmación de lo que eres no es válida.
Con el tiempo he reforzado
la idea de que la primera definición de lo que somos debe venir de uno, y los
otros entran en la formación que nos permitirá ser eso. Los maestros pueden
acompañarnos, pero si en nosotros no existe la definición, no va a ser posible sacar
adelante lo que somos o queremos ser[1], careceremos del impulso
necesario para cumplirlo.
Comentarios
Publicar un comentario