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Mostrando entradas de 2023
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  ¡Silencio! Suena absurdo que inicie este texto de ocurrencias con la palabra silencio justo cuando empiezan las fiestas decembrinas en las que el ruido impera. Un ruido extraño cargado de gozo, afán, disfrute y, para muchos, de la terrible nostalgia. Porque la nostalgia es una clase de ruido asentado en el pensamiento y lleno de emociones la mayoría de las veces dolorosas. Hay quienes se dan licencia por estos días para extrañar no solo a quienes ya no están, sino también al que fueron, a las formas como celebraban, al gusto que sentían con las manifestaciones de la navidad. Y es ahí cuando el disfrute, que puede ser nuevo, se diluye en el recuerdo y corremos tras la tradición intentando llenar el “espíritu” con las emociones experimentadas por “aquellos días”. Cada vez estamos más lejos de esos momentos y al no poder revivirlos, con la intensidad que queremos, el ruido de la nostalgia se vuelve reclamo, tristeza, y lo que debería ser gozo —eso es lo que se proclama— termina por
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  ¿Vergüenza? Me he encontrado con algunas confesiones que francamente me parecen innecesarias. Cuando apenas comienzo a conocer a alguien saca a relucir ciertos aspectos que ni siquiera me interesan, pero que al otro le parece urgente que los sepa. Datos de su historia que solo a él o a ella le pesan y que tal vez necesita estar confesando, y no precisamente para descargar el peso que lleva; porque si así fuera no lo diría tantas veces: para deshacernos de nuestros pesos solo se requiere —si es que en verdad sirve de algo— decirlo una sola vez. Estas repeticiones no son confesiones realmente, parecen más bien alarmas con las que nos dicen: ¡Ojo! que no soy tan digno como me ves. Apelan a nuestros prejuicios y esperan que con esa mancha oscura, que solo ellos ven y cargan, sean aceptados; porque les parece imposible que a alguien no le interese la historia que trae, sino lo que es hoy. No se ven sin historia, por lo tanto, son solo historia: un cúmulo de acontecimientos que le su
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  ¡Qué susto! Durante este fin de semana vi unos documentales sobre dos sectas muy actuales, cuyo fondo promovía un desarrollo y encuentro espiritual del más alto nivel. En ambas se les prometía a los seguidores una comunicación directa y especial con seres poderosos y extracorpóreos que no solo cuidaban de ellos, sino que, y en un momento de mayor trascendencia, podrían encarnarlos. Lo que me asustaba mientras lo veía no era la promesa, ni mucho menos el fundamento de sus creencias, ni siquiera la forma como operaban los líderes, sino la disposición de los seguidores de entregarles el poder de decidir lo que era bueno o no, y el vacío de criterio personal para evaluar la idoneidad de quienes tenían en sus manos el poder de dirigir sus vidas. Para los seguidores era clara, así lo vi, la necesidad de que alguien los guiara y sostuviera en sus búsquedas, que desde afuera les resolvieran lo que no estaban dispuestos o entrenados para resolver por sus propios medios. En un vacío de e
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  Resignación… Hay palabras que no me gustan, entre ellas “resignación”, así como hay algunos oficios que, aunque los tengo que hacer, tampoco me gustan y es ahí donde palabra y oficio se unen para hacerme miserable. Tengo la idea de que las generaciones nuevas no conocen esta palabra, se ha borrado de nuestro léxico habitual y tal vez lo hemos hecho decididamente; porque en función de ella históricamente las mujeres, en especial, sufrimos y aceptamos voluntariamente, con una enorme dosis de paciencia, cantidades inimaginables de abusos. Aceptar lo que tenemos qué hacer, en esas tareas que no nos gustan pero que nadie más las puede hacer —a no ser que paguemos por ellas— y de las que depende cierto confort y equilibrio en nuestra cotidianidad, exige otro nivel de atención que no tiene por qué ser resignación. La resignación me lleva a padecer y al final, como dije al principio, a volverme miserable: un ser aburrido, sin ánimo, algunas veces huraño, cuando no en permanente tristez
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  Un mandamiento: “No repetirás ciegamente, buscarás con afán en ti lo que salga de tu naturaleza, aquello con lo que te correspondes y que te hace sentir bien. Intentarás por todos los medios leer lo que es bueno para ti, explorarás tu gozo y te convertirás en motivo de gozo y encuentro para los demás.” Se dice que un mandamiento es una orden dada por alguien con autoridad para hacerlo, o según la Rae: precepto u orden de un superior a un inferior . En cualquiera de las dos queda claro que es dada por alguien con “autoridad”. Recibimos enormes cantidades de órdenes de las que ni siquiera identificamos el origen de la autoridad, y lo peor es que tampoco nos percatamos de que las estamos cumpliendo. No encuentro nada malo en seguir órdenes, porque ciertos órdenes nos ordenan de alguna forma el caos que somos o podemos llegar a ser, lo que me cuestiona es la autoridad. Hay quienes seguimos órdenes de fuentes que solo alcanzamos con la mirada, con la idea y no con la reflexión. Nos
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  ¡Estas ganas de descansar! Poner en pausa el cuerpo y la mente ante las presiones cotidianas, ante la fatiga que implica la rutina o tener que cumplir un horario, ¿cómo se logra eso? Quedándonos quietos o cambiando de escenario. Pero ocurre que ni la quietud física ni el cambio de escenario son garantía cuando seguimos siendo nosotros, cuando ante la quietud física llevamos el acostumbrado parloteo mental, o ante un cambio de escenario seguimos pensando en el mismo lugar del que salimos por un tiempo. Para descansar de los escenarios y haceres acostumbrados se requiere deshacernos [1] de nosotros, porque es ahí donde radica el mayor cansancio. ¿Para qué ver una playa si no nos dejamos atrapar por ella?, ¿para qué simular un reposo físico si ni siquiera escuchamos nuestra respiración, desesperados por retornar al movimiento? Hay quienes dicen que la enfermedad es un reclamo del cuerpo para que sea atendido, tal vez es la forma más extrema de decirnos: ¡detente! Pero aún en la enferme
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  Pasión… Cuando nos domina la pasión, pero no como un sentimiento fuerte hacia otra persona sino hacia nosotros mismos, conservar el equilibrio es algo difícil. Apasionarnos con nosotros es interesante cuando de cuidarnos se trata, cuando de saber que tenemos un espacio personal con límites que nos protegen; también para establecer que este cuerpo que nos conforma es valioso y por eso debe ser arropado y consentido. Cuando la pasión nos lleva a asumir un compromiso con nosotros, poniendo todo el esfuerzo necesario para cultivarnos, resulta muy provechosa; sin embargo, se vuelve peligrosa cuando esa misma pasión nos aísla al pretender negar la existencia de los otros. Al otro se niega de muchas formas y tal vez la más conocida es atacar o ignorar sus ideas y puntos de vista, situación que por lo general creemos que afecta al silenciado, pero que en el fondo se convierte en una autoagresión con consecuencias importantes. El dominio de la pasión es la emoción y no la razón. Una d
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  Desde hace algún tiempo vengo cuestionando todos los deberes que me he impuesto, porque eso de hacer lo que te dicen tiene una aplicación natural en cierta edad —obvio estás aprendiendo—, pero cuando ya tienes suficiente edad, entendida como acumulación de experiencia y conocimiento, si sigues haciéndolo es porque lo has asimilado incorporándolo a tu naturaleza. Tenemos una historia que nos pesa, plagada de deberes en los que se incluye el cómo debemos ser sin que se nos haya dicho qué es lo que somos . Se nos lanza a la vida para descubrirlo, pero ¿si lo hacemos? En algún momento la pregunta por lo que somos nos acosa, pero por lo general nos conduce por el camino de lo que hacemos, y pretendemos que con la suma de eso que hacemos obtengamos una idea completa de lo que somos; lo que termina por ser un gran error: está bien demostrado que los haceres cambian, que en cualquier momento somos despojados de los títulos que nos hemos empeñado en sostener. Así que algo que es mudable n
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  “Eso de ser”, entendido como algo a lo que nos dedicamos, es una marca que termina por identificarnos. Para ser ese algo requerimos algunas veces certificados, largos periodos de estudio o una ocupación prolongada.  Hacemos muchas cosas que nos identifican con lo que somos, tal vez por eso suena tan destemplado cuando alguien pregunta: Y tú ¿a qué te dedicas? Nunca he podido responder a esta pregunta con más que: ¡A tantas cosas¡, y es porque pienso que todas son importantes. Esa respuesta no gusta mucho, porque esperan que nombres la más relevante, con la que te identifiquen más; es decir por la que te reconocen los otros. Pero ¿quién en medio de tantos haceres nos define en una actividad determinada? Por estos días, durante una entrevista, me preguntaron quién me había dicho que yo era escritora, algo así como quién me había definido como tal. Dudé tanto para responder que la entrevistadora tuvo que ayudarme y al fin le respondí —aunque no fui totalmente honesta— que habían s
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  A propósito de la lectura de "El señor presidente" de Miguel Ángel Asturias. ¿Qué es peor: estar desinformado o estar mal informado? Saber lo que se dice no es tan problemático como creer en lo que se dice. Dar por cierto un dato y hacer de ese dato algo indiscutible es un riesgo que corremos muy a menudo, sobre todo si de quien lo escuchamos tiene alguna autoridad o poder que le hemos concedido. Porque eso del poder es algo que otorgamos, bien porque consideremos que el otro sabe y es digno de nuestra confianza, porque tiene una gran representación social desde la imagen o porque ejerce una fuerte presión desde el temor. En cualquiera de estas circunstancias —habrá más que no tengo en cuenta— creer en lo que se nos dice sin que medie la reflexión es siempre un riesgo al que estamos sometidos. Parece que dudar es algo que no está permitido. Y resulta tremendamente peligroso que siempre estemos buscando certezas sin que importe sobre qué se sustentan, o que este sust
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  “Oscuridad en la casa y luz en la calle”, un decir que se usó por algún tiempo en mi familia para definir aquellos de quienes se hablaba muy bien en la calle —entre vecinos y amigos—, pero en la casa eran un motivo de discusiones y peleas. Había quienes decían que debía ser al contrario: toda luz en la casa y dejar la oscuridad para la calle, como si la familia, por ser familia, obligara a un comportamiento luminoso aunque promoviera por su propia dinámica el caos. Un caos que surge justamente de la enorme diferencia que la conforma: esa unión de individuos que cohabitan en un espacio y que, agrupados bajo el signo de familia, acogen ciertas líneas que permiten la convivencia, pero que no los exime de ser al fin de cuentas individuos dueños y señores de sí mismos. Una individualidad que la familia pretende pasar por alto considerando que sus líneas de convivencia tienen el alcance de las ideas y los ideales personales, en busca de una homogeneidad imposible y en muchas ocasiones ca
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  ¿Qué es lo que se celebra en el nacimiento de un acto creativo: una pintura, una obra de teatro, una película, la publicación de un libro? Se celebra la decisión, la voluntad y el esfuerzo que implicó llevarla a cabo. Pero esta no es una celebración que pueda ser solitaria; tal vez en un primer momento, cuando el artista dice listo, terminé, puede experimentar cierto gozo personal, pero solo se sentirá completo cuando sea expuesta ante el otro. Es en la mirada del otro donde el creador encuentra el gozo para celebrar su obra, porque él hace parte de ella. Y no es como se piensa —aunque a veces sea así—, que es la vanidad del artista la que lo lleva a exponer su trabajo; sino que en la ecuación natural del oficio el otro es fundamental, porque el artista se sabe reconocido en él, su obra es la forma como dialoga, como le cuenta lo que siente y experimenta, y en ese encuentro de miradas espera coincidir. Tal vez por esto suena tan destemplado cuando alguien se refiere a una obra co
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  Talento, talento, talento… ¿Nacemos con determinados talentos o los adquirimos? Se ha demostrado que el talento es una habilidad con la que se nace, lo que se adquiere son los medios para desarrollarlo. Ahora bien, por mi experiencia sé que carezco de muchos talentos para desempeñar ciertas tareas, aunque tenga interés en ellas. Me reconozco muy poco hábil para el razonamiento matemático, medir distancias o leer mapas; también me resultan esquivas las artes manuales y las plásticas —no terminaría la enumeración—. Tal vez por eso la expresión “usted puede hacer todo lo que se proponga” me suena destemplada y a la vez peligrosa: destemplada porque no es cierto y peligrosa porque en ese intentar hacer “todo lo que nos propongamos”, nos perdemos de hacer y perfeccionar aquello para lo que sí tenemos talento. Descubrir que somos buenos en algo —o en varios algos, que no es lo mismo que en todo— es absolutamente liberador; sin embargo, quienes se creen la consigna del “todo” encuen
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Por estos días escuché el concepto de persona inflamada. Imaginé a una persona pesada, con su piel enrojecida a punto de reventar, caminando despacio, con la mirada fija y los párpados abultados. Más adelante supe que se refería a la persona estresada. Se me ocurrió que era la mejor forma que había escuchado para definir el estrés en alguien, lo que hace y cómo nos sentimos bajo un fuerte estado de presión que no siempre se refleja en nuestro cuerpo si no hasta cuando alcanza niveles que superan nuestra capacidad de soportar. Porque eso es el estrés: la medida que tenemos de aguantar una presión que, valga decir, no es igual para todos; pero una vez alcanzada la medida, las consecuencias parecen ser iguales y podrían resumirse —a riesgo de caer en simplicidades— en un sentimiento de inadecuación que se instala en nuestro cuerpo y mente. Algo en nosotros se desajusta y todo el engranaje se disloca, las piezas comienzan a rosarse y esa fricción hace que dentro todo comience a hervir. 
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  De pronto uno se siente muy cansado, algo asqueado, y se le ocurre que todo puede irse al carajo —o a la porra, como dirían—; ese es un buen lugar para descargar todos los pesos absurdos que acumulamos con los días, que en ocasiones se convierten en meses, en años… en toda una vida. El problema ocurre cuando no sabemos qué es lo que queremos mandar allá, porque lo que nos cansa a veces no es tan evidente y mucho menos el lugar a donde podría llegar: carajo es un lugar que carece de coordenadas. Saber qué es lo que nos tiene cansados, con dolor en los huesos, con insomnio o somnolencia —porque las dos aplican para el cansancio—, desganados, alterados o desatentos al disfrute de la vida, constituye el primer paso para comenzar a eliminarlo; pero ocurre que esta pesquisa se convierte también en motivo de cansancio. Esa mirada permanente sobre nosotros, esa indagación incesante, si no se modula se convierte en una trampa que termina por arruinar cualquier intento de salir del círculo vic
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  En el “trastorno de la personalidad por evitación” ocurre que la persona se siente inadecuada, por lo general recurre a pensamientos derrotistas en los que el panorama se presenta oscuro, y en el que los otros solo aparecen para burlarse o reprochar lo que él es —la descalificación es la constante—. También es común, que por esta misma razón, necesite largos periodos de soledad para sobreponerse a sus propias impresiones luego de que se atreva a ser visto, o antes cuando planea dejarse ver. Es muy contradictorio lo que ocurre porque en el fondo quiere estar con la gente, siente que tiene algo interesante que decir y hacer, pero el temor lo limita y encierra. Dicen que la raíz del problema se encuentra en una baja autoestima, tal vez causada por una descalificación sistemática durante la infancia y adolescencia, momentos cruciales para fortalecer su imagen. El tema es tremendamente complejo si tenemos en cuenta que la realización individual está vinculada al otro en el reconocimient
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  En ocasiones todos los daños ocurren al mismo tiempo, se desprenden como una cascada de sucesos y te llevan con ellos. Pueden ser daños sencillos como el de una tubería cuyo roto está inundando el apartamento de tu vecino, y en el proceso de corregirla vez el tuyo lleno de huecos, polvo, escombros y con gente extraña caminando por los pasillos rompiendo lo que haya que romper. Todo el entorno se ha transformado, no importa cuánto dure, el escenario al que estás habituado es ahora un caos y por más que quieras conservar la calma que te da la rutina, no es posible porque ha sido alterada. En ese esfuerzo por mantener la línea que traías comienzas a sentirte desgastado, asqueado; lo que se evidencia en un cansancio físico inusual, tal vez en insomnio, en cierto desequilibrio que te lleva a la ansiedad. Es interesante observar cómo cada elemento que te rodea termina siendo “uno y lo mismo”; es decir, estamos involucrados con nuestras cosas por más sencillas e insignificantes que parezc
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  El verbo copiar lo he escuchado con cierta frecuencia en diferentes escenarios, con expresiones como: “¿me copias?, “no, eso no te lo copio” o “te copié”; en estos casos se refieren a una idea. Podrían reemplazarse por: “¿me entiendes?”, “no estoy de acuerdo” o “no me gusta”; pero parece que la palabra copiar en el contexto de quien la usa adquiere cierta contundencia. Esto no se trata de juzgar el uso apropiado o no del verbo, ni más faltaba; sino de cómo al usarlo en ciertos escenarios adquiere otra forma, tal vez impacto. La verdad es que algunas veces urge usarlo, como me ocurrió por estos días que perdí por lo menos media hora viendo un video que me ofrecía una terapia facial, con la que aseguraba tonificar los músculos de la cara, aumentar el colágeno y retrasar en mucho los signos del envejecimiento. El video no solo era absurdamente largo —lo que ya era sospechoso—, sino amenazante porque en cada intento de salir aparecía una cara que decía: ¡Vas a abandonarlo en el mejor m
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“No cruzar, perro bravo”. Hay un límite desde la amenaza: no pasar, no cruzar; solo ver o seguir derecho. Puede que el lugar sea muy atractivo, pero solo entran los que son invitados, y cuando esto ocurre la amenaza desaparece. El perro está atado o encerrado. En casi todos los espacios fáciles de definir están claros los límites: una puerta, una reja, una línea amarilla o roja. Los límites no solo cuidan el espacio, algunos también sirven para cuidarnos a nosotros de sufrir consecuencias no deseadas. Pero ¿y qué pasa cuando el espacio somos nosotros? Tenemos un cuerpo que define claramente hasta dónde pueden acercarse los otros. Por fortuna cada vez estos límites son más claros. “No invadas con tu demasiada cercanía mi círculo" —me muevo o extiendo una mano que aleje al otro—, "hasta ahí puedes llegar”. Ese límite es posible verlo y sentirlo. Sin embargo, hay otro espacio que no es tan evidente y tal vez por eso mucho más violentado, el que llamo  espacio interior . A este l